Felipe Szarruk

  • Felipe Szarruk
    Felipe Szarruk, Colombia. Doctorando en Periodismo de la Universidad Complutense de Madrid, Magister en Estudios Artísticos de la Universidad Distrital Fco José de Caldas Facultado de Artes ASAB, Comunicador Social y músico como periodista se ha desempeñado como locutor de radio en Radio Cool 99.3 El Salvador, Radio Femenina 102.5 El Salvador, colaborador en varios medios escritos y audiovisuales, fue presentador de televisión en el programa "Revelados" de Canal 13 Bogotá. Es el fundador del colectivo de medios independientes Subterránica que opera en todo el continente y tiene como misión la creación de espacios de promoción, circulación y reconocimiento para artistas independientes. Especialista en géneros populares e investigador musical, entre sus obras están los libros para músicos: "Autogestión, recursos independientes y nuevas tecnologías" y "Distorsiones, reconfigurando el rock colombiano". www.subterranica.com, www.szarruk.com, www.museodelrockcolombiano.com, www.ardecolombia.com
    Correo: [email protected]

Apaguen y vámonos: el mundo colapsa ante nuestros ojos.

Hay días en que uno siente que el planeta se pudre en cámara lenta. Vi el video de Iryna Zarutska, 23 años, refugiada ucraniana, asesinada a cuchillo en un tren ligero de Charlotte, Carolina del Norte, el 22 de agosto. No hay metáforas que alcancen… Un asiento, unos audífonos, un trayecto de regreso a casa, y el mal irrumpiendo sin aviso, las imágenes son insoportables y aun así se repiten en todos lados, como si el morbo fuese un rito nacional. El sospechoso ya fue imputado, incluso con un cargo federal que podría acarrear pena de muerte; lo escribo y no me sabe a justicia, apenas a trámite en una maquinaria que siempre llega tarde, el shock, su imagen, cuando se lleva las manos a la boca aterrada y nadie la ayuda, he llorado mucho por una niña que no conocía, estamos viviendo una porquería de realidad que alcanza a todo el planeta. Lo que me destroza no es solo la muerte, es la sensación de abandono, de fragilidad absoluta. Iryna huyó de una guerra para toparse con el desamparo cotidiano de un vagón en hora pico, con la política convertida en diarrea verbal y engaños y la seguridad en promesas y nada más, persiguiendo a los “ilegales” que trabajan pero con las calles llenas de psicópatas y drogadictos sin hogar. Después de la publicación del video el caso se convirtió en munición de campaña, un “ejemplo” que cada bando usa para confirmar su doctrina, como si una vida pudiera reducirse a un párrafo de discusión y así los de siempre anuncian “mano dura”, otros culpan a “políticas woke” y nadie admite que el ecosistema entero está enfermo: el transporte, la atención en salud mental, la justicia preventiva, la cultura de la indiferencia. Iryna no es un hashtag, es la prueba de que el miedo ya se nos metió al bolsillo.

Y, casi en paralelo, asesinan a Charlie Kirk en un evento universitario en Utah. Sí, el mismo activista conservador que convirtió el porte de armas en bandera de identidad y que ayudó a moldear a una generación entera a punta de consignas y confrontación, lo matan a tiros en medio de un acto público y Estados Unidos zarandea sus piedras… vigilia aquí, trending topic allá, discursos de condena por todos lados, teorías y conspiraciones en la sobremesa digital. De nuevo, la política transformada en espectáculo funerario. Hoy, además hay funcionarios amenazando con tomar medidas contra extranjeros que celebren el asesinato en redes, porque la guerra cultural se alimenta del odio y luego exige más odio, siempre más. ¿Hasta dónde? ¿Cuándo baja el volumen? ¿Cuándo admitimos que el mensaje de tanto gritarse, ya no comunica nada? No voy a blanquear a nadie, hay una economía entera montada sobre el resentimiento, influencers que monetizan la rabia, medios que trafican miedo, políticos que suben en las encuestas sembrando sospechas y es en ese caldo que aparecen ideas que hace años parecían impensables como revocar la ciudadanía a ciertos inmigrantes, cazar disidentes como si fueran trofeos y se discuten con naturalidad burocrática, memos, ruedas de prensa, titulares asépticos y cuando cae alguien —una refugiada en un tren, un polemista en un campus— el péndulo no vuelve al centro sino se acelera, es la brutalidad convertida en método. Lo de hoy no es un artículo para equilibrar cargas ni repartir culpas, es un grito. Estoy cansado de ver cómo la muerte se usa como argumento, cómo la vida se mide en clics, cómo el dolor ajeno se vuelve plantilla para el siguiente hilo viral. Estoy cansado de que la primera reacción no sea proteger, socorrer, abrazar, sino sacar cálculos, qué gana mi tribu con esto, cómo le cobro al adversario con este cadáver, el mundo se está yendo a la mierda porque renunciamos a lo básico, reconocer a la persona antes que a la etiqueta, intervenir antes que grabar, preguntar “¿estás bien?” antes que escribir “rompe el hilo aquí”.

A los que me dirán que la solución es más castigo, más cárcel, más plomo, les respondo que la respuesta fácil ya nos trajo hasta aquí. A los que me dirán que todo es “narrativa”, les digo que no hay discurso que devuelva un pulso. A los que justifican una muerte con otra, les digo que se están mirando en el espejo del asesino. Ni la soledad de Iryna en ese vagón, ni la ejecución de un polemista en una tarima, se pueden metabolizar con slogans; el odio no se recicla, se multiplica, y cada vez nos deja menos humanos. En Colombia el tiro volvió a rozarnos, el asesinato del senador Miguel Uribe Turbay —baleado en un mitin en Bogotá el 7 de junio y muerto el 11 de agosto— nos regresó al país donde matar a un candidato era rutina y el miedo un hábito; la vida vale dos pesos, la política se cobra en sangre y el ciudadano camina con la cabeza gacha porque sabe que aquí el odio siempre encuentra gatillo, todo esto en medio de una polarización que es negocio, de algoritmos y caudillos vendiendo rabia al por mayor, hasta Europa tuvo que recordarnos lo obvio, frenen la violencia política, investiguen a instigadores, dejen de jugar con fósforos en un país empapado de gasolina y pobreza. Vivimos intoxicados de basura informativa porque el sistema paga por atención, no por verdad; por eso lo falso corre más rápido que lo cierto, es más novedoso, más sorprendente, más “compartible” y lo empujamos los humanos no los bots, solamente para ganar estatus en la tribu digital, lo midieron con millones de tuits y hallaron que la mentira viaja más lejos y más rápido que la verdad, especialmente en política. Si el premio es el clic, la mentira es atleta olímpica y la verdad llega ahogada, no solo es desinformación, sino sobreabundancia de todo tipo de datos que nos anula el discernimiento, nos confunde y nos empuja a tomar decisiones de riesgo; un ecosistema donde la guía confiable se hunde bajo la espuma del ruido. Nació como concepto sanitario, pero su lógica colonizó la política, el crimen y la vida diaria, si todo es urgente, nada es importante; si todo es noticia, nada es contexto.

Decimos que “matar y robar se volvió normal” porque se enquistó una economía de la indiferencia, de la precariedad, impunidad, territorios sin Estado, servicios públicos colapsados y una pedagogía cotidiana del “sálvese quien pueda”. Encima, las plataformas premian el conflicto, la furia tribal da engagement, la deshumanización fideliza audiencias, el “nosotros vs. ellos” vende mejor que cualquier argumento. Cuando lo que grita gana, la violencia deja de ser excepción y empieza a leerse como método. Tenemos IA, pero menos humanidad, porque automatizamos la persuasión antes que el cuidado, modelos que fabrican infinitos contenidos y perfiles falsos, feeds que optimizan por permanencia a costa de salud mental, deepfakes que deshacen la confianza básica en lo que vemos. Y en medio de esa sensación de vértigo vuelve la frase atribuida a Einstein “cuando la tecnología supere a la humanidad tendremos una generación de idiotas” que circula como mantra en WhatsApp y es falsa, no hay registro serio de que la dijera; justo por eso funciona como síntoma perfecto del tiempo, una advertencia apócrifa que retrata una alarma real. El mundo colapsó un poco cada año, el clima ya cambió y dejó de ser un futuro hipotético; olas de calor brutales, incendios imposibles, lluvias bíblicas y ciudades diseñadas para un clima que ya no existe. Viajar da miedo no solo por la seguridad, sino porque las fronteras levantaron púas simbólicas, “nadie es bienvenido” cuando el miedo al otro se administra como política pública. En la calle, comer en un restaurante se siente frágil porque el video de cada asalto dispara la disponibilidad mental del riesgo y reescribe el mapa del peligro. Las ideas dejaron de enfrentarse con ideas porque la palabra perdió la cabina de mando, la conversación se volvió espectáculo y la bala, atajo. Todo se perdió no de golpe, sino por goteo, la erosión sistemática de instituciones, la conversión del ciudadano en consumidor de bronca, la soledad masiva de multitudes ultra conectadas y desconectadas a la vez. Ese es el “qué pasó”: cambiamos la brújula por un velocímetro, la comunidad por la audiencia, el cuidado por el cálculo, y ahora el precio viene en vidas, en miedo y en un planeta que arde.

Ya no pidamos neutralidad, quisiera humildad, pidan protocolos que sirvan, transporte con custodia real, justicia que prevenga en lugar de llegar con toga a firmar lo inevitable, atención en salud mental que exista de verdad, redes sociales que dejen de premiar la crueldad como deporte. Pidan que el primer impulso, cuando alguien cae, no sea sacar el teléfono sino las manos. Si no hacemos ese giro mínimo, si no dejamos de convertir tragedias en trending topics y a los muertos en munición, entonces sí, el mundo se nos va, se nos va al carajo, y no habrá titular que lo explique. Porque aquí no hay “ellos” que maten y “nosotros” que observemos desde una supuesta superioridad moral, aquí estamos todos jodidos, los que miran al suelo en el vagón, los que suben el volumen a los audífonos para no escuchar, los que comparten el clip con un comentario ingenioso, los que odian por deporte, los que se resignan, los que aún quieren rescatar algo. O aprendemos a frenar el ciclo a tiempo, sin morbo, sin calculadora o nos convertimos en figurantes del próximo video insoportable. Descansen en paz los que no pudieron volver a casa. Que nuestro duelo no se convierta en combustible de la maquinaria, que al menos sirva para reconstruir ese reflejo perdido… cuidarnos entre todos, este mundo ya no sirve, son puras ruinas.
@felipeszarruk PhD© en Periodismo, Magister en Estudios Artísticos, Músico y comunicador Social.